lunes, 29 de diciembre de 2008

Consuelo


- Además, hace más de un año que no duermo con él.
- Da lo mismo.
- No da. La última vez que dormí con él fue porque estaba triste. X se había marchado hacía sólo tres días.
- Espera, ¿dormiste con A porque extrañabas a B?
- Y sí.
- ¿No te parece absurdo?
- Nada. A veces uno tiene tanta pena que necesita un abrazo, dormir acompañada, olvidarse del olvido, torear a la muerte. No sé, acurrucarse tibia.
- Pero eso es utilizar al otro.
- No tanto. Él siempre durmió conmigo para olvidarse de S.
- Era un desquite, entonces.
- No. Era un pozo sin fondo.
- ¿Lo pasaban bien, siquiera?
- Sí, como un par de huérfanos en un banquete de navidad.
- ¿Y así se consolaban?
- Claro. Esa vez nos consolamos cuatro veces seguidas.
- No jodas.
- Era mucha la pena.
- Y ahora, ¿cómo...?
- Estoy perfectamente, ni lo pienses.
- Mierda de alegría.

martes, 9 de diciembre de 2008

Literariedades


Luis decía que ciertas cosas le mataban la lujuria sin remedio. Como esa chica que puso las manos igual que un cachorro en dos patas, cuando estaba desnuda, sentada sobre él, y él la visualizó como un cerdito de la Granja de los Animales, de Orwell. Trató de explicarle que no era impotencia, aunque lo pareciera. Que los gramos de la nariz, que el whisky, que el ruido del telo, yo qué sé.

Son delicados los equilibrios también en eso.

Recuerdo uno con estrabismo que se mordía el labio de abajo mientras no cesaba de pedir un dedito. Era el mismo que no sabía tirar si le desordenabas la rutina y le ponías primero el cigarro y después el on the rocks. Y luego, tan tranquilo, se ponía su polera de Niezsche.

Se ve que hay autores que van mal en la cama.